Amaneció más ansioso que de costumbre. Durmió mal. Esa madrugada se despertó para ir al baño cinco veces. Y en esos intervalos revisaba los diarios. Leyó todos los artículos referidos a su gestión, revisó las últimas encuestas. Su leve repunte no mejoró su ánimo. Más del 80 por ciento del país los desaprueban. Y aunque su rostro a prueba de emociones no lo demuestre, eso lo afecta. No lo respalda ni su familia. Sus padres lo consideran un traidor por haberle dado la espalda a su hermano preso y por traicionar su ideología. Sus aliados iniciales, hoy en otras tiendas políticas, lo critican públicamente. Dicen que la CONFIEP lo secuestró y esas frases, aunque no lo exprese, le joden terriblemente. “A mi no me ha secuestrado nadie, yo soy el presidente, hice lo que tenía qué hacer” piensa molesto. Luego se coge la cabeza y duda. “Sí, sí” murmura en la soledad de Palacio de Gobierno y piensa que debió explicarle a las millones de personas que votaron por él en la primera vuelta y esperaban un gobierno de izquierda que no es tan fácil hacer lo que uno planea, que no quiso ser autoritario, que los medios lo hubiesen destruido y que las inversiones, sí, los malditos inversionistas se hubiesen ido del país y sin inversión no hay trabajo, ni empleo, ni crecimiento, ni programas sociales, ni Beca 18 para poder alardear. Respira tranquilo, toma un vaso de agua y los fantasmas lo vuelven a acechar:
¿Realmente los inversionistas se hubiesen ido? ¿Y sí me ponía firme, como Evo o Correa? A ellos los aprueba más de la mitad de su país y se reeligen sin problemas. Además, no les va mal económicamente. Vuelve a su cuarto, la mira dormir plácidamente.
Sonríe y piensa que ya es muy tarde y que mejor duerme porque mañana le espera un gran día y que lo mejor de todo es que ella está a su lado. Se mete a la cama. Cierra los ojos y a los pocos minutos se levanta como un resorte y habla consigo mismo: “No voy a leer ese mensaje lleno de cifras y recuentos exitosos con un 80 por ciento de desaprobación, tendría que estar loco. Como decirlo si el país sigue igual de injusto y desigual, con cada vez más delincuencia. ¿Quien me va a creer?”. Se dirige a la cocina, abre su laptop, mira la pantalla en blanco y piensa en voz alta “Voy a reconocer mis errores, aumentaré el sueldo mínimo, duplicaré de una vez el gasto en educación y también en salud. Se acabó. Es mi último mensaje y quiero que mi pueblo y los que votaron por mi no pierdan la fe. Que sepan que este gobierno no los representó, que las posibilidades de un gobierno de izquierda democrático y realmente inclusivo están intactas, que no perdamos la fe. Les diré que reconozco mis errores y que este último año les demostraré que no me han secuestrado, bueno, un poco, pero que puedo ser libre”.
Se prepara a escribir, cuando ella baja a la cocina y él se pone pálido. “Qué haces?” le pregunta mientras le acaricia el cabello. “Nada mi amor, nada”. Ella sonríe y le dice “sube, descansa, ya leí el mensaje, está muy bien, ya coordiné con Ana María (Solórzano) para que te hagan vivas en el Congreso y ya tengo todo coordinado en Palacio también. Tu no te preocupes de nada, todo va muy bien, los programas sociales son un éxito, beca 18 es una maravilla. Tu tranquilo”. El la mira cansado ¿Pero no decimos nada de la inseguridad ciudadana, ni del fenómeno del Niño, ni de los niños fallecidos por el frio en la sierra? Ella sonríe, como acostumbrada a ese tipo de situaciones y le dice con voz firme: “Tu tranquilo, descansa, vamos a la cama. ¿Con quien estás?” Con mam…, contigo mi amor, tienes razón. Vamos a dormir, ya estoy más tranquilo.